ENSAYOS, PERFILES
(I) Daniela Queimaliños (*) x 2
-1-
Algo así debe sentir la noche
La
poesía como talismán en Selva Casal Muñoz[i]
Una noche azul. Una luna rota y
mojada. Se escuchan aullidos de calle y una brisa inocente trae algunas cosas
más. Me pregunto, si estoy en este lugar o en la noche penetran otras ventanas.
Nací para decir ventana y por ella
asomarme[ii] escribió Selva Casal. Una
ventana que se puede abrir de muchas maneras diferentes y siempre (acaso en
este mundo) hay más de una. Entonces, no se trata de cualquier portal, un
acceso definido y único, un puente visible. Una escalera sobre un muro que no
existe, pero nos sostiene dijo alguna vez. Ahí, en ese tiempo y en ese espacio
construido por lo que crea detrás del muro, está su poesía. Detrás de las
palabras, dijo ella. En el espacio entre ellas, en lo indecible pero que cae,
viene, se hace presente.
La poeta toca y besa el vacío
para habitar todas las cosas y los cuerpos que convocan al poema. Selva es una
alquimista y ahí reside su manifiesto poético: la poesía como talismán. No es
solamente un acto de fe, como expresa Olga Orozco, “la poesía es una acto de
fe, una crítica de la vida (...) un intento supremo y desesperado de verdad y
rescate en la perduración”[iii]; una práctica vehemente, casi
religiosa, irrevocable: se trata de un trabajo artesanal con los elementos, con
la materia y la experiencia, con el cuerpo, con el pensamiento y los sueños.
¿Y por qué un talismán? Quizá un
amuleto sería una fe depositada en otro. Ente, hombre, institución o libro. No
se trata de un objeto que por el solo hecho de portarlo consigo, aventura un
campo, una visión, una suerte de camino hacia lo indecible. Para que el objeto
(el poema y sus muertos) cumpla la función de atraer, aferrar y habitar un
deseo, es necesaria una mediación. La poeta es la que produce la alquimia,
quien trabaja con los elementos. El
corazón del poeta, como el viento indeciso, no tiene dónde detenerse,
expresó en un pequeño escrito sobre su padre[iv], también poeta. Entonces, el
talismán traerá todo: el ritmo, el espacio de los sueños y las muertes. Todo
para intentar recordar: urdir versos entre los bordes de las cosas para
“remontar la noche de la caída”, la revelación de las entrañas.
La poeta dice escribo con mis huesos[v] y se arma, en el imaginario de quienes leemos, toda
una atmósfera que no rinde ninguna pleitesía al hermetismo. Su universo, por
fantasmal y onírico, no deja de ser palpable en sus poemas. Escribir desde los
huesos: no dejar ninguna capa fuera del proceso de la creación poética. Los
huesos como materia viva y muerta. Las formas óseas duras y fuertes. También
las piezas hechas polvo enterradas y ruidosas en la tierra.
En su escritura hay lugar para
muchas voces, y a ninguna de ellas pertenece. Ni siquiera cuando Selva lee sus
poemas. Se puede entrar a ellos como un rezo, un oráculo y un mantra. Una
conversación convulsionada entre los huesos de la tierra, del bosque. La arcana
sin nombre trabajando la tierra para crear entre los restos. Se trata de una
alquimia cósmica desde la materia de los cuerpos y las cosas. Todo anclado por
el poema: decir el silencio, imprimir desde lo invisible, traer desde ese
bosque, que construye y destruye, está adentro y por eso no puede simplemente
exorcizar sin fragmentarse.
Todas las cosas que miro toman vida
(2011)
Todas las cosas que miro toman vida
una vida distinta
los cuerpos se estremecen
en las oscuras y asesinas minas dejé mi alma
ya nadie sabe qué hacer
las fieras me devoraron
todas las cosas que toco resucitan
en un territorio de fuego
nací en un maizal
tengo un ángel que todo me susurra
salvo con él, con nadie puedo hablar
estoy llena de mundo
mi dolor se asemeja a los soles violentos
a las ruinas.
Hay una fe que es ciega y tosca,
una roca en la que hacer pie en el mar abierto, ese golpe, golpeteo, galope contra el cuerpo, es el llamado de la
poeta.
Olga Orozco dice que “el poeta
cree adquirir poderes casi mágicos. Intenta explorar en las zonas prohibidas,
en los deseos inexpresados, en las inmensas canteras del sueño. Procura
destruir las armaduras del olvido, detener el viento y las mareas, vivir otras
vidas, crecer entre los muertos”. Acá se sostiene que la poeta tiene ese poder,
se sustrae el “casi” porque estamos en su terreno y es un mundo entre mundos,
es un acercamiento, una transgresión para acercarse al silencio invisible pero
perceptible.
Quizá sea necesario prevenir por
única vez acerca del universo de la poesía de Selva Casal: que diga (hace)
noche, muertes, huesos y ventanas; que escriba sobre muros y escaleras no la
convierte en una lírica enmudecida de sentidos arraigados en su mapa, su
historia y su cuerpo. La noche son las noches, las de desapariciones y
ladrones, los asesinos y los asesinados, los misiles apuntan a su corazón
porque es una poeta que siente como la noche. Como un bebé recién nacido. Como
un muerto. Como se rozan los bordes de cada objeto de una casa para poder decir
que alguien golpea y ella, escucha.
Alquimia
La ambición no está contemplada,
no hay estrategia ni juego: esto es algo serio; la poesía, el diálogo y el pensamiento son las únicas formas reales de
existencia. En una entrevista, asevera que no busca la belleza, no busca
nada. No hay pretensiones de correspondencia como tampoco una conformidad con
el poema. El arrebato del vértice de lo que ve (no puedo decir buenas tardes y seguir[vi]) lo trabaja con diferentes
objetos que componen un paisaje: los elementos en su poesía habitan las
palabras de diferentes formas.
El agua, dulce y salada, torrente
y calma, se manifiesta no sólo como movimiento en el ritmo, del que se hablará
más adelante, sino en las ensoñaciones que construyen sus versos: No hay nada más que mar[vii]. En el poema Desgarrón escribe: y con su sangre cubrirá los cuerpos/con un
ritmo de ola a mar abierto. En Cuadernos, un mar sin fin que arremete y me arroja/allí donde no hay tabla de
sumar ni de multiplicar/ una mujer se arroja al río. La atmósfera
rioplatense está en sus poemas, es mar y río, el vaivén en sus venas. La
corriente del río que no es mar abierto; el río penetra desde afuera hacia
dentro y desde dentro hacia el mar.
Eterno el resplandor de las olas/ que en mi cerebro rompen (Desde lo más hondo de mi
corazón), el agua es el mar y el río, también el líquido amniótico dentro del
vientre, la lluvia: un medio donde mecer las palabras, sin orillar en ningún
lado más allá del poema.
El viento, que trae y lleva,
golpea la puerta. Confunde y empuja. Es el aire de los pensamientos. El silencio que, para Selva, rodea al amor.
Arrastra vestigios y delata el ruido de las cosas, por eso es el espacio de
encuentro en el poema: convoca y reluce sujetos en el poema.
La tierra, es la voluntad en el
cuerpo. El vientre y las muertes: en la tierra donde la muerte transforma
su materia en nueva vida que brota, raíces del poema que calan hasta el cielo.
En su poesía hay un bosque al que se vuelve y se lleva, donde se encuentran los
vivos con los muertos, los pájaros la quieren devorar, el tiempo es un reloj
con una niña muerta y hay ventanas por doquier. En el poema X escribe: “Sé que la noche nunca llegará al alba/me
preguntarán por la tierra y responderé/la tierra es la congoja y la llaga”.
El vientre es el centro físico de
su poesía. En muchos versos de diferentes poemas publicados en años distantes
entre sí, el vientre vuelve a tomar lugar para generar imágenes que capturan el
tiempo de manera circular; toda la historia del mundo y la historia de una
mujer se gesta allí: Magia es mi vientre (poema
Desde lo hondo de mi corazón), los que
ahora en mi vientre se alucinan (poema El cuerpo flota), mi vientre es un campo de batalla/me
arrancaron de un vientre de una espada/al hombre que ayuna tuve en mi vientre (poema
Los misiles apuntan a mi corazón), mi
vientre es un pozo de siglos (poema Desgarrón), Expedida de un vientre/estrangulada/yo caía y caía (poema
Nacimiento); estoy más en el vientre que
en el corazón (poema Yo sería un refugio cierto).
¿Y el fuego? Está en el
movimiento de sus versos, la invocación del recuerdo desde el deseo y el dolor
a través de los verbos de la infancia. No
te vayas recuerdo, no me dejes dolor (poema en mi menor).
Los verbos de la infancia son los verbos de fuego a los
que refiere Bachelard (La poética de la ensoñación) y que genera en quienes
leemos un poema, esa libertad que da la soledad de la infancia. Hay solo dos
maneras de vivirlo: de niñxs y como poetas. Se produce el encuentro de un fuego de antes y un fuego de ahora.
Aunque esto, la evocación irrestricta, esto
es imposible de tocar[viii].
En el poema XXIV (Días sobre la
tierra) escribe: Muerta la
infancia/desasido el tiempo. Sin los recuerdos, desde el dolor y el deseo,
de la infancia, el tiempo se deshace. Por eso el poeta, sostiene Selva, tiene
el deber de revivir fantasmas: Ha pasado
la verde fragancia de los años/pero mi infancia/duerme aún en tu mano[ix]
cuando éramos niños
cuando éramos niños lo sabíamos todo
todo sobre ángeles todo sobre demonios
enfermedades y jardines
vivíamos tú y yo en el mismo cuerpo
se oían gritos a media noche
no sabíamos que éramos nosotros mismos
los que gritábamos
no existía la palabra prohibido
vivíamos nada más (...)
Era un secreto
Era un secreto
donde los cuerpos todos al morir
caían como constelaciones
que el viento derramaba
viví engendré hombres y bosques
encarcelé la mediocridad
hay un prado más verde que la noche
más verde que el amor y el miedo
a lo invisible apelo
cuida mi cuerpo
los cuerpos de los que han sido
y los de que quienes algún día serán
Sujetos
del poema
Hay un sujeto poético, un yo, que se difumina en el borde de las
cosas. Se pliega en la sombra, se desencuentra, se vacía y un tú a quien parece evocar al mismo tiempo
que despide.
Padre
Nadie Alguien
Hijo
En el ensayo sobre creación
poética, Orozco expresa que “el yo poético es un sujeto plural en el momento de
la creación, es un yo metafísico, no una personalidad”. Es necesaria una mediación
desde el vacío de ese yo poético para que pueda habitar a todos los demás: el
poeta “tiene que dejar fluir un vacío
interior para ser otra cosa”[x]; el árbol, los pájaros, la
noche, el hombre y los fantasmas.
En un verso del poema XX de Días sobre la tierra (1960) escribe: Yo no te pronunciaba por no perderte, la
forma (nombrar) borra la materia no la hace asequible, la distorsiona, la hace
polvo. Ese poema termina Y yo caía, caía
con tu nombre apretado a mi cuerpo, aquello que se quiere salvar, lo indecible
o lo incomunicable que tanto le obsesiona, sólo puede llevarse en el cuerpo, en
la escritura (necesaria) se deshace al mismo tiempo que busca detenerse en los
versos.
No soy yo
soy nosotros
se derrama el sol sobre mis huesos
surge el amor donde no debe surgir[xi]
Pero también hay un nosotrxs que
parece asentarse en aquellos verbos de fuego. En uno de sus poemas más
conocidos, los misiles apuntan a mi corazón, además de su extensión que permite
observar cómo trabaja el ritmo con las repeticiones, se puede ver cómo enhebra
los sujetos. Lleva casi una página desde un yo definido que interrumpe con un
nosotros. El cuerpo de un solo sujeto no puede sobrellevar tantas imágenes: la
catástrofe es del yo y del tú y la ira es de todos los demás seres y cosas.
“ahora los misiles la otan
ahora se me caen los ojos
voy por el mundo como un estallido
porque mis amores se asemejan al viento
porque este es un bosque precioso
donde también suceden asesinatos
los misiles apuntan a mi corazón
nos suceden catástrofes
siento una angustia cósmica
nuestros huesos al aire
me abrazo a este planeta me derrumbo
perseguimos mamuts perseguimos la luna
no estamos quietos nunca”
El espacio de encuentro en el
poema es un viento que lleva y trae al sujeto del poema: se llena, trae fragmentos
de éste, vuelve difusa la emoción. La única certeza definitiva en los poemas
son las muertes (moriremos/estoy muerta/tu muerte). El desplazamiento del
cuerpo del sujeto se evidencia en los que, sujetos imaginarios que aparecen, insisten en muchos
de sus poemas:
los que me aman/los que murieron/los que amaron así/los que amo/los que
a veces se me deshacen dentro/los que he matado/los que duermen/los que un día
fuiste/los que ahora en mi vientre se alucinan/los que han sido/los que algún
día serán/los que gritábamos, etc.
Podrían llenarse con cada
bocanada de aire y, también, irse sin un mínimo de arraigo. Todxs podemos ser los que. Al mismo tiempo, los cuerpos
viajan por todos los tiempos que el poema visita en un mismo espacio: Selva
Casal puede evocar un pasado apenas tocado, aseverar desde un presente anclado
en el tempo del poema; para sentenciar un futuro que es uno pero con formas
variables del olvido. La muerte. El reencuentro. Todas las piezas de aquel
primer espejo roto. Pero no podré más[xii], es su certeza insoslayable.
“arden las ramas las
estrellas
mi corazón ardía
el paraíso es así fulgura
y duele
huyamos
tocarás mi ventana con una hoja amarilla
y me levantaré desnuda”
Ritmo
El ritmo en la poesía de Selva
Casal está marcado por varios elementos, uno de los procedimientos que más
utiliza es la repetición de versos en los poemas más o menos extensos para
generar un ritmo, el vaivén, el golpeteo del mar al que hace alusión en gran
parte de sus poemas.
Poema en mi menor (2001)
Como la noche convoca a las luciérnagas
así yo te convoco
no te vayas recuerdo
no me dejes dolor
el país del amor es tan oscuro como el de la muerte
el centro de la tierra era un ave
el centro de mi vientre era un hombre
era el grito ancestral
me levanto en la noche
como seguramente deben hacerlo los fantasmas
a las puertas del día quedaron los naufragios
las nubes viven solas
quién quiere mi cabeza
ya no quiero estar muerta
ya no quiero estar viva
abrazo y me desgarro
avanzo y me desgarro
todo es temor y gozo
cubro la tierra toda de tifones de gritos
viví con las arañas
con ellas aprendí a asesinar
a ser voraz de pétalos de espinas
mira que has hecho amor de mí que has hecho
golpea el viento golpea en la
ventana
la luz en la ventana
de madrugada siempre suceden los amores y las muertes
se descoloca el tiempo
hay un silencio atroz hecho de ruinas y cuerpos apretados
no tengo explicación
no quiero
el hombre primitivo que soy desamparado y solo
ha tocado la luna
abortado mil niños
hecho cenizas los cuerpos de otros hombres
devorado los cuerpos de otros hombres
mas no recuerdo nada
sólo las manos que desgarran
fui devorada un día llevada al sacrificio
había un altar había
cirujanos sangrientos
no confíes
no confíes en nada
no hay puerto a que arribar
el hombre primitivo que soy desgarra mi esqueleto
y se parece a un bosque el mar se le parece
todo en mí es torrencial
torrencial y violento
nadie está en nadie
sola giro en un vértigo angustioso y dulcísimo
una herida feliz un desamparo
un fuerte estar y ser en animal en celo
cubro el mundo todo de fosforescencias
emerjo como un volcán del agua
con todos los que han muerto fui enterrada
engendro sin cesar
cometo incestos crímenes
he vivido en cavernas
qué fue lo que no hice
a quién aún no amé
mi profesión: vivir
no sé nada de asuntos de pláticas ni oficios
nadie quiere a nadie hasta que muere
nadie me consuela de la vida
como la noche convoca a las luciérnagas
así yo te convoco
no te vayas recuerdo
no me dejes dolor llaga sepulcro
espera
continúa
sigue como la noche al día
el despertar al sueño
y si morir es esto
este temblor
que sea
me paseo descalza por la noche
escuchando la noche que baja de los árboles
de mí nunca te enteres
mejor no me conozcas
es imposible saber dónde comienzo
es imposible saber dónde termino
el hombre primitivo que soy desgarra mi esqueleto
habla con los fantasmas toca el mar toca el vientre
Nerón abrió el vientre de su madre
para saber de dónde había salido
saber es imposible
y por eso
somos así tan tristes
En este poema, por supuesto hay
muchos más ejemplos, se generan repeticiones pero que no son iguales. En
algunos casos, se repiten versos enteros en el inicio, centro y final del
poema, es necesario volver a aquellos que arman el poema para no perderse en el
ritmo y la atmósfera que genera en su lectura. En otros, se repiten solo
palabras o frases más breves que van una tras otra, es un énfasis que se parece
a un golpeteo de pies, un compás marcado para seguir. Son las mismas palabras
con otras parecidas, avanzo/abrazo,
donde la repetición se da en un verso atrás de otro. Y en otros, se repite una
palabra en un mismo verso, generando un ritmo más acotado, más denso para
volver a abrirse como una flor que nace del tallo.
También se siente la aceleración
del ritmo en los versos más breves aglutinados en alguna parte del poema, como
una cascada, una caída precipitada que termina en versos más largos que
aquietan el vaivén. En el poema Esto está
escrito para leer bajo el agua[xiii], por ejemplo, después de unas
repeticiones de versos casi exactos y otros largos, recurre a cortes de versos
más continuos, haciendo el sentido del poema en ese punto:
porque un gesto tuyo es todos los ferrocarriles
atravesando las más bellas montañas
para todo aquel que conoció tu rostro
y las palabras que no llegaste a decir
está escrito para el óvulo y el espermatozoide
que te volverán a crear
para ti el más hondo y amado
cayendo
vuelto a nacer
miré tu boca
tus piernas
miré tu corazón
rosa triturada
tus furias
tus abrazos
dormido en un bosque
en medio de los árboles
frío
augurio feroz
todo vacío (..)
Para ella, el ritmo es fundamental. Porque estamos viviendo al unísono del
universo. No podemos mantenernos fuera. Hay un ritmo en los astros, hay un
ritmo en los vegetales, en la tierra, en los animales. Ese ritmo no podemos
olvidarlo porque nos invade y está presente cuando el poema está, digamos,
haciéndose y uno no sabe qué le pasa, pero está, se impone, es determinante. [xiv]
Se pueden encontrar pocas
variaciones que generan un alivio en el ritmo precipitado (por la puntuación
invisible, la perturbación de imágenes en cascada y la sensación de nada que imprimen) y una soga en la que
afianzar el sentido del poema: el pico, una cresta, la sombra, la respiración.
En algunos, principalmente en el libro Días sobre la tierra (1960) utiliza
varias veces adverbios temporales como “aún” y adverbios de manera como “así”
Poema XXX
Alguien me habló algún día.
Desde entonces la tierra
vive en extraña soledad.
Eterna era su voz.
Traía la sustancia de la noche.
Aún era tiempo de descubrirse y encontrar una muerte.
Antes que todo se obstinara así.
En el primer caso, así no señala de ninguna manera cómo es
algo que precede o procede al verso; es una farsa explicativa, pero permite
aferrarse a los versos, arañar una emoción palpable, una pequeña trinchera para
respirar y tomar coraje en ese universo que construye en su poesía. Evitar que
el azul devore la piel con la que se debe seguir recorriendo el espacio poético
que propone. No lo propone, lo arma con la necesidad de volcar una música que
llega desde otro lugar, que es acá, adentro, y allá, en las páginas y en las
cosas.
Poema XV
Aún lo recuerdo.
Entonces había muertes distintas, pasajeras.
Allí estábamos tú y yo
en el semblante de la luz, inmóviles.
Y las voces eran ramas desgajadas
y los días no tenían riberas.
Ya todo me acontece extrañamente.
Retornos olvidados sustentan el hallazgo.
Sobre mi tierra a llorar has venido.
En el caso de aún, en ambos poemas se puede sentir una cierta entrega, un aviso
para llevar calma, un vaivén más apretado, un recorrido más corto dentro del
mar abierto de su ritmo, un nudo que parece anclar el sentido.
Las
cosas
En la poesía de Selva Casal, las
cosas toman una dimensión relevante, los objetos conforman el paisaje porque
ella los toca, los transforma, porque también el yo poético es transformado en
ese roce: la emoción en los poemas desborda al sujeto y todo se inunda de ella.
Pero para que un poema logre consumarse como acto poético - se habla de la apreciación total de la obra
de un poeta y se olvida que cada libro está compuesto de poemas y solo algunos
implican actos poéticos y otros no y esa es la verdad de todo poeta[xv]- es necesario que la emoción no
quede solamente ahí, el vaivén del mar en algún momento debe desbordar la
página, romper el ritmo que se espera, que acuna. Para ello, es necesario
proyectar la emoción hacia afuera “tiene que internarse en otro campo, inédito”[xvi].
Podemos decir, también, que la
poeta lo logra a través de la escalera que aparece en sus poemas y de las que
ella misma habla. Una escalera hacia lo invisible. Aunque lo invisible es indecible:
“la poesía huye de todo”.
Las
cosas y los sueños danzan
Las cosas y los sueños danzan.
Las veo irse de mí, estática.
En la música me acarician
pero no puedo retenerlas.
Me voy quedando sola.
Mi cuerpo se ha dormido
y mi sangre es el fuego
que un viento extraño lleva.
Las cosas lloran
y esperando mi paso desfallecen.
Me lleva el aire.
Nadie. Nada.
Hay un infierno, que es azul, y
también un paraíso en su poesía. Sin embargo, ninguno de los sentidos que construyen
sus poemas pueden situarse en compartimentos estancos, no hay arriba o abajo,
no es vida o muerte y tampoco el paraíso es lo que se busca y el infierno lo
que se evita. En la entrevista que le hizo Silvia Guerra dijo que “El paraíso
está a la sombra de las espadas. Hay que ganárselo”. En dos poemas que tienen 23 años de diferencia entre sus
publicaciones, hay un verso que repite; tardó esos años para poder retomar esa
herida que deja un verso tan potente, para adjetivar una aseveración. En el
poema De noche el galopar (1988) escribe El
paraíso es un puñal en el bosque, luego, en el poema Tenía que suceder (2011): El paraíso es un puñal en el
bosque/tan triste/tan bello. No se habita la belleza como una experiencia
ideal, también la luz es triste.
La
piedra luminosa
Olga Orozco, ante una pregunta
disparadora que realiza, cuál es la
imagen verdadera de la poesía, expresa:
“la que está entretejida con la
sustancia misma de la vida llevada hasta sus últimas consecuencias”. Y esta
visión es compartida de alguna manera por Selva Casal, que dice “lo
trascendente es una visión subjetiva del individuo y lo cotidiano puede
iluminarse también con la fuerza del espíritu”.
Su perspectiva de la poesía es
más allá y más acá del lenguaje, quizá porque además de abogada y docente, es
pintora. La poesía, dice, está más allá de las palabras, detrás y entre ellas.
En ese espacio al que intenta penetrar en su escritura. En el poema a Zelmar
Michelini, amigo y compañero de militancia asesinado Buenos Aires en 1976,
escribe poesía duro espejo/poesía muro
infranqueable, es decir, aun cuando lo único que ve es un muro, construye
la escalera para sortearlo y la única manera de hacerlo es penetrar la noche,
ser la noche. Hacer la noche.
Un poema es una transgresión
siempre
su cráneo solo
como cualquiera
solo (...)
En algunos de sus poemas hace uso
de un verbo que tiene un significado para la Rae y otro, al parecer, alusivo a
la zona del Río de la Plata. Despeñar. Y pueden ser los dos, el sentido está
dado por ese intento de transgresión del significado asociado a la palabra
escrita, del vacío en el que se hunde para acudir a la celebración del secreto,
los secretos del poema, que son los de la infancia acrecentados por la
experiencia de la vida: puedo ir y venir
pero es mentira/ya me despeño, me hundo (XVII poemas de las cuatro de la
tarde, 1962), La noche se hizo honda y
nos despeñamos por ella (XX de Días sobre la tierra, 1960). Según la
definición aceptada, se trata de arrojar a alguien o algo desde lo alto; según
el uso rioplatense, ayudar a morir a un animal o a una persona moribunda para
evitarle sufrimientos. El sentido de su significado podría ser equivalente a
pesar de su diferencia: el arrojo parece no dar injerencia a ninguna emoción;
ayudar a morir es diametralmente diferente. En una definición, la voluntad de
transgresión incide en una emoción, de quien ayuda a morir y quien está
moribundo, en la otra, el arrojo se parece más al despojo. En una, la
descripción no arma peldaños hacia ningún lugar, en otra, la poesía se hace
lugar.
Selva escribe:
No, no me muero
no me muero. Subsisto
como una cosa extraña
como si de repente
un espejo se me rompiera dentro.[xvii]
Si nos lanzamos al recuerdo para
salvar algo, si nos lanzamos a la poesía para salvar algo, diremos que es por
la gracia de su poesía, la piedra
luminosa[xviii] que nos regala en el fondo del mar, que no se hablará
en pasado ni acá ni en ningún otro lugar de Selva Casal.
Con Selva (Daniela Queimaliños)
estoy
no soy
había algo
así
de viento
no podré más
vivir de sombras
respira azul
el gesto
de la piel
en los huesos
escrito
el poema
muere mi nombre
[i] Nació en
Montevideo el 11 de enero de 1927, hija de Julio J. Casal, también poeta y,
creador de la revista Alfar. Pintora, abogada y docente. Murió el 27 de
noviembre de 2020.
[ii] Poema Ventanas, En
este lugar maravilloso vive la tristeza, 2011.
[iii] Ensayo “Alrededor
de la creación poética”, 2002.
[iv] “Mi padre Julio J.
Casal”, Alfar, 1987.
[v] Ibidem.
[vi] Poema XVI, Poemas
de las cuatro de la tarde, 1962.
[vii] Poema La vida es
un país en el que te extraño, En este lugar maravilloso vive la tristeza, 2011.
[viii] “Mi padre Julio J.
Casal”, Alfar, 1987.
[ix] Poema A mi padre,
Arpa, 1958.
[x] Entrevista de
Concha García, 2011.
[xi] fragmento del
poema No soy yo soy nosotros, 2011.
[xii] Poema XVII, Poemas
de las cuatro de la tarde, 1962
[xiii] Biografía de un
arcángel, 2013.
[xiv] Entrevista de
Silvia Guerra.
[xv] “Mi padre Julio J.
Casal”, Alfar, 1987.
[xvi] Entrevista de
Concha García, 2011.
[xvii] Poema XVII, Poemas
de las cuatro de la tarde, 1962
[xviii] Entrevista de Silvia Guerra.
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-2-
Pasajera invisible
Un perfil de Selva Casal
¿Se puede definir la materia poética por su estado?
Se puede eludir una propiedad como su
porosidad o su carácter de impenetrable y elegir, por encima de lo
preestablecido, la capacidad de transformación ¿Para qué?
Hablo de la vaporosidad.
¿Una escritura vaporosa es lo mismo
que decir inasible? Una característica cuyo filtro sea lo que puede o no
tocarse, con las manos, con el pensamiento. Que dé una pista, una metáfora en
la que ceñir el sentido y luego huya hacia otro lugar. Es como tocar el freno
en ninguna estación pero bajar la velocidad para rozar el andén en cada una de
ellas.
En reflexiones entorno a la poesía, Selva Casal responde a Silvia
Guerra, clara y tajante: expresarse no es
crear. Cuando un árbol brota se está expresando y crear es dar con lo inédito.
A esta altura, no se podría preguntar
cómo llegar a ese lugar. Es la poesía como otro sitio: si la emoción y la
profundidad son ineludibles, para que el acto poético sea, es necesario que salgan de su cauce, se inserten en un
campo inédito. Tiene que hervir, dice
en una entrevista con su amigo y escritor Ricardo Pallares.
¿Y después? Dirá que nada.
Ni antes ni después del poema. El
poema se independiza del poeta. Y viceversa: arrojar al cesto de basura.
Si tomamos las definiciones reales
(academia española), la vaporosidad es la cualidad derivada de un adjetivo; lo
vaporoso es tenue y ligero, transparente y fino como una seda.
El problema es que Selva se escurre,
como el vapor, de cualquier conceptualización; por debajo de la puerta de una
generación poética uruguaya (grupo crítica de los ‘60 o la vanguardia) aunque
circule por todos esos espacios: el bar de Mincho o el café Sorocabana en
Montevideo:
En una de las mesas del mítico café
de 25 de mayo y treinta y tres, están sentadas una al lado de la otra. Todavía
no toman su pedido, de todas maneras no deciden qué tomar, ni siquiera prestan
atención a los mozos. En la última carta que le envió desde Salto, Marosa Di
Giorgio le contó de sus ganas de venir a Montevideo, de volver, pero no tiene
los recursos para hacerlo. Selva, lee primero el manojo de hojas desordenadas
que su amiga acaba de sacar de su bolso de arpillera. Pero no dice nada. Las
deja apoyadas sobre la mesa y le cuenta sobre el trabajo en la biblioteca que
le pudo conseguir en la Facultad, donde da clases. Marosa escucha atentamente y
agradece sin entusiasmo, vuelve a tomar sus hojas y las guarda. Deciden tomar
aire fresco y se retiran sin pedir. A unas cuadras está la rambla y el puerto
de la Ciudad, el viento fresco es un aluvión de oxígeno para su reencuentro.
Ay, que nunca podremos deshojar la luna. Recita Marosa mientras caminan. La
brisa ahora es tersa y desfila entre los cuerpos que se disponen a ser raptados
por el silencio. Unos instantes después, Selva recita el verso siguiente del
mismo poema, Visiones, publicado en
el último número de la revista Alfar, de su padre.
La tarde empieza a esconderse en Río
de la Plata, y como deshojando el silencio, Marosa le recuerda los primeros
versos que leyó de Selva Casal Eguren: Mira
la luna nueva confundida en llanto, está mi muerte naciendo de tu pecho, de tu
presencia silenciosa.
⁓⁓⁓
Su poética entra por las hojas de una
ventana de hierro con vidrio repartido -como el vitraux del patio de su
infancia- y se desliza entre las mesas redondas del regocijo estático e
individual de la academia literaria.
En contraste, una noche fría y
lluviosa, mientras termina de preparar la cena junto a sus cuatro hijos,
alguien golpea la puerta:
-¿quién es?
-soy yo, el ladrón de comida.
-¿qué pasó esta vez?
-necesito que me ayude. Me la mandé
de nuevo.
-¿qué hiciste?
-me escapé de la policía, disparé y
necesito que me tenga esto.
En las manos de la poeta, un arma
ajena.
-Y ahora tiene mis huellas. Soy tu
cómplice.
-La voy a tirar al mar. Allí todo es
horizonte, doctora.
Otras noches volverá a golpear la
puerta a la hora de la cena, entre su rutina familiar, las derivas de una
profesión que la llevarían a ser secretaria letrada del poder judicial hasta
que las fauces de un gobierno dictador la remuevan en 1977.
⁓⁓⁓
En la guardia médica de una clínica
privada, con la muerte anunciada, una voz desconocida sentencia:
-No hay nada, tenés pérdidas.
Retumba en otro idioma el dolor.
Y sin embargo, semanas después en la
frialdad de un pericia médica, pellizco expectativas al silencio de otra
ecografía:
-Hay actividad en la trompa derecha.
La muerte debería ser enmudecer y
reposar los restos. Pero nos llaman las palabras.
Además, hay un dolor que no
transcurre por experiencia. Se trae en los bolsillos de la pollera, agazapado
dentro del zoquete de una niña en una casa con patio, en su jardín donde los espejos se abren, una tarde,
nos muestran pero nosotras no sabemos. Intuímos. Una materia feroz que
trabajamos con las manos y la mente, por las noches y cuando nos distraemos de
la escucha, la poesía nos llama.
Un solo color resalta sus pequeños
labios en la imagen blanquinegra. Sus ojos claros eluden la cámara, sabe
quedarse quieta en la reposera pero ni ella ni su gato toman la postura
esperada, posan a medias. La niña Selva mira a quien pide la fotografía o la
saca, el gato mira hacia el cielo, quizá esté estudiando los alrededores,
siguiendo fijamente el vuelo de un pájaro en el patio de la casa de la calle
Bartolito Mitre.
yo también nací aquí montevideo/ mi madre anduvo sobre el mar/ trajo a
esta orilla el verde azul de mi esqueleto/ y el dolor que no me reconoce
Que su familia regrese desde la
Coruña a Montevideo es obra del dolor. Josefina Casal, primera hija, muere de
rubéola a los seis años. Su padre, Julio J. Casal deja su cargo de cónsul y se
embarcan con su esposa e hijos. Selva llega a la vida para despeñar la muerte: Había que vivir porque yo estaba ahí empujando, escribe
en prosa poética con excusa de la muerte de su padre.
En una de las pocas entrevistas que
le hicieron, en edad avanzada como su reconocimiento, afirma que no busca la
belleza en la poesía, no busca nada. La alquimia se da y voces de otros espejos
se encarnan en sus versos, pero no se suma el crédito.
Digo, que el poema es un talismán
donde el tiempo no es el tiempo del mismo reloj y el espacio es un no lugar y
ella dice: allí donde están los ancestros.
Digo, el poema no es un amuleto, se
necesita quien trabaje la materia del lenguaje para que el objeto tenga efectos
sobre la realidad. Ella dice que tuvo dos vidas, su vida y la vida de la niña
del reloj.
En 2011 sucede lo incontable para un
cuerpo que es voz, uno de sus hijos muere casi diez años antes que ella. Ningún
vientre está preparado para gestar y despedir en una mismo fragmento de vida.
Sin embargo, a sus 89 años publica “Abro
la puerta de un jardín de plata'' ( que no fue su último libro publicado en
vida). Ahí escribe:
Esto no es un poema/ es una declaración de furia/ que con sus tentáculos
toca el mar y el viento.
La niña de la foto ahora es la niña
del reloj.
Una jerarquía temporal inventada
desnuda la muerte que la trajo y la muerte que la habita, en sus manos quedan
todos los vestigios de los objetos que roza: las revistas de su padre, las ventanas
de su casa, los pinceles de su vejez y los expedientes que juzgó.
frontal la vida ataca
hay un puente hecho de eucaliptus viejos
podemos naufragar
qué disparate es buscar la belleza
apenas vislumbramos algo
y ya definitivamente caemos
no nos deja el temor
no nos deja la nada
estar al borde del saber
por qué la música
hace un cielo negro
colmado de estrellas
si no sabemos nada
por qué tanto dolor
⁓⁓⁓
selva es/ como un mapa virgen/ seductor y desafiante/ para viajar remando
su poética/ abriendo trocha en la marisma/ hallando/ trinos nuevos/ y / rugidos
junglares/ y / aguas frescas/ manantiálicas sendas/ de la palabra/ escondida/ y
/ acampar/ hacer noche/ descifrarla/ y /gozar de la vida…
Uno de los poetas vivos más
importantes del Grupo Vanguardia incluye a Selva Casal en “La sociedad de los
poetas vivos'', un poemario sin fin
que reúne a muchos y muchas de su generación, editado y publicado en su blog de
los poetas acostados.
El Cristo,
Miguel Ángel Olivera, cree que en las dictaduras latinoamericanas, todo estaba totalmente planificado. Para
cada caso, para cada país, con sus peculiaridades nacionales. A la Argentina le
tocó la desaparición masiva y a Uruguay la cárcel sin fecha de salida.
Quizá ese fue el motivo por el cual,
escritores y escritoras que usan la herramienta de su voz para el decir de un
pueblo, van a sus casas alejadas de la Ciudad. Solymar es un ejemplo de ello.
Allí residían algunos poetas como Selva que es censurada en 1975 en la Feria
del libro y Grabados de Montevideo, donde fueron requisados los poemarios No Vivimos en Vano. Entre poemas de
noche, fantasmas y oscuridad, publica Hoy
se me caen los ojos fusilados.
Un hecho sacude Montevideo tres años
antes, ocho militantes obreros son fusilados por el ejército de un gobierno aún
democrático, en la puerta de la seccional 20 del partido comunista uruguayo.
Después de horas de una larga madrugada de furia de ametralladoras y
cercamiento a militantes sin armas. El estado de guerra declarado es una farsa:
para que haya guerra debe haber un equilibrio de posiciones: mismo poder y
armas de los dos lados. Selva repuso la falta con su propia carga vehemente: la
militancia de su poesía:
Por la espalda/ con los brazos en alto asesinados/ yo me afilio a este
mundo/ a las bocas que crecen/ a los muertos que andan/ ah! no sabes/ ya no
mueren callados/ ya salen a la calle/ ya arremeten.
Este año, hace menos de un mes el
Juzgado de Faltas de Montevideo, impuso la pena de días de trabajo comunitario
por vandalismo, a cuatro militantes del
Frente Amplio por pintar un muro convocando al 50° Aniversario de los
asesinatos de los obreros en la Seccional 20° (8 días, 8 obreros). No es mi
objetivo informar novedades, escribimos para dejar testimonio de lo que vemos,
para astillar el olvido.
En la mayoría de los poemas
dedicados, Selva menciona el destinatario con nombre y apellido, son pocos los
casos en que enuncia nombres de pila: una intimidad que muestra a medias, un
“tú” que pretende dejar a resguardo. Éste es el caso: A Pablo.
Intuyo el guiño, releo el poema y me
gana el impulso de saber. Es una pregunta simple, ¿este poema te lo dedica a
vos? y, sin embargo, la historia rioplatense de los últimos cincuenta años
apacigua los impulsos. Un mensaje escrito sin voz podría llevar a una herida
que no es mía pero aún así debo cuidar. Si le pongo cuerpo a la curiosidad,
quizá el respeto se traslade sin vueltas. La respuesta es confirmación. Uno de
los hijos de Selva tuvo la experiencia de tantos otros jóvenes en dictadura:
que lo lleven de su cama a algún lugar, primero inadvertido luego, por suerte,
encontrado.
Porque yo venía de un país sin muerte es el último verso del poema.
¿El arma cargada de poesía o la
poesía cargada como arma? No se puede dar respuesta sin contextualizar el
movimiento poético latinoamericano de los sesenta: el manifiesto del grupo
vanguardia, la clandestinidad, la prisión. Los que quedaron en el camino y los
que no.
Selva Casal dice más de una vez que
su militancia es la poesía. Ésa es su trinchera elegida, aunque su militancia partidaria
en el comité Bartolomé Hidalgo, aunque cofundó el Frente de Izquierda de
Liberación (FIDEL) y el Frente Amplio. Aunque su destitución de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales, aunque el secuestro del pasaporte, aunque la
remoción de su cargo judicial.
En 1983, dos años antes del fin de la
dictadura militar, publica “Nadie Ninguna Soy”.
Elijo este poema hace unos meses para
recitar en clase, la conciencia del contexto de su escritura está aún
vaporizada. Lo practico muchas veces, creo que tiene una potencia de
manifiesto, de dulzura y humildad. Descubro que la laguna se hace en la misma
parte cada vez, como hoy casi es milagro/
los hombres recuerdan/ un ultimátum ya. En cambio, los primeros versos se
deslizan por el esófago, salen como ráfagas en cámara lenta, feroces y
pacientes: Nadie ninguna soy/ ningún
hombre es mi cuerpo/ ningún río/ que revisen mi cuerpo/ no tiene corazón, cruzo
una mirada obtusa con una compañera que recibe el verso como una oleada, está
en la calle/ maravillosa calle.
En los últimos versos pido/pide perdón por no haber empuñado ni fusiles ni
garras. Ahora siento el capricho de leer entre líneas: la garra del león,
la figuración del poeta en la trilogía de Miguel Ángel Olivera.
El poema que da título al poemario
publicado pos dictadura, “Los misiles apuntan a mi corazón” (1988), es uno de
los poemas más conocidos, los versos se anclan en el pasado, que es presente y
en un futuro, el sujeto poético parece uno, pero luego salta a la primera persona
del plural: los misiles apuntan a mi
corazón/ siento una angustia cósmica/ nuestros huesos al aire/ girando con la
tierra… La denuncia y la desazón es total. También dedica un poema a Zelmar
Michelini, diputado del Frente Amplio, amigo asesinado en Buenos Aires donde se
encontraba exiliado en 1976, como una profeta recita poesía duro espejo/ poesía muro infranqueable.
Y como una respuesta, invoco el poema
“Un canto de amor por el unaje”, donde el Cristo habla de los UNO (grupo que
conformó pos dictadura), es un mensaje para los poetas, los amigos y hermanos: La poesía es UNO y los demás cantando
juntos/ aunque duela/ y nos sangren las frentes/ hay que cantarla/ hay que
com/partirla
Y arremeten: “La poesía es una bala perdida que alguna vez pegará en el blanco y
ganará la vida”.
⁓⁓⁓
Se despliega por encima de los
movimientos limitados en decenas de cuadros pintados en su casa de Solymar.
Otro patio. A sus sesenta años, su materia poética está en tránsito como una
forma de habitar el golpe abrupto de las emociones al borde del Río de la Plata
o del mar. Sobre el lienzo, el óleo vertido como líneas que son manchas al
mismo tiempo, para decir aquello que se arma en versos en su mente después de
un accidente cardiovascular.
Una obsesión la guía: aquella primera
casa.
Teníamos libertad para vagar por el cielo, nuestro patio, con nuestra
imaginación estábamos siempre en bosques, en inmensas colinas. Así aprendí a
ser invisible, escribe
para despedir a su padre en un retrato que termina por retratarla a ella misma.
En esa casa de la infancia, en la
calle Bartolito Mitre, se gesta la atmósfera que la envolvió para siempre: la
poesía como lenguaje lúdico con su padre, el poeta, crítico y editor de la
revista Alfar. Entre sus hermanos y ella, la revista habita como otra creación
que, después de algunos años, volvió a publicar en Montevideo. En su etapa
inicial, desde 1923 fue publicada en España donde vivían por su cargo como
diplomático. En su segunda etapa, retoma su tirada dos años después del regreso
y el nacimiento de la hija menor, Selva Casal (1927).
En aquel espacio definitivo
circulaban amigos poetas como los hermanos Casaravilla Lemos, dibujantes como
Barradas, que en alguna ocasión de tertulia lo retrató con su lenguaje; incluso
recibió a Federico García Lorca cuando residió en Buenos Aires por unos meses.
Aún más: Lorca le dedicó un poema a su amigo J. J. Casal.
Para Pablo Eguren, hay un
encadenamiento primordial entre la generación del 27 española, su abuelo Julio
Casal y la poesía rioplatense. Un cauce que transitar para abordar la poesía de
las últimas décadas.
Selva se pregunta ¿cómo es que nos lanzamos al recuerdo? ¿qué
pretendemos salvar que ya no esté salvado?
Sus cuadros más auténticos retratan
la fachada de su casa de la niñez. En la última etapa de sus pinturas, y de su
vida, logra despojarse de lo que podría haber estado contaminando su inocencia,
en palabras del artista plástico Marcos Ibarra: tienen un trazo suelto y seguro, la casa es representada a través de
manchas de color que bailan en torno a un blanco ensuciado. Como en su
poesía, podrían indicarse tendencias artísticas pero termina siempre por
separarse. Para él, no hay imitación en su pintura, inventa las imágenes con
pinceladas de escalas de colores de gran calidad.
La forma es el impulso de trepar
hacia lo invisible, poder decir aquello que circunda en las palabras: escribir
desde los huesos como una premisa necesaria no determinada por la razón.
La familia ve resentida su economía
por el despido de su padre del puesto en el Museo Blanes en plena dictadura
(1933) y deciden vender la casa.
Una nueva familia comprará la casa de
sus bosques y jardines, para emprender un negocio. Van a romper los pisos del
patio y ahí, en la tierra atascada bajo un cielo de parras, un tesoro: un arcón
con monedas de oro en la casa de la calle Bartolito Mitre.
Dicen que un tesoro es esto: una
invaluable porción de materia preciosa. Guardado o escondido dependiendo de la
intención del último dueño. Inaccesible por puro azar.
Selva Casal intuye un mensaje: si
sólo podemos tocar el borde de las cosas pero no apropiarnos, quizá la vida o
la muerte, la infancia son infranqueables. Nos escriben los bordes, moldean las
palabras pero son inasibles
¿Qué hace un alquimista?
Transmuta cualquier metal común en
oro.
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